Prólogo
Avanzó lentamente entre los lúgubres pasillos de piedra del cementerio. En su mano derecha sostenía un pequeño Lirio blanco y en la izquierda una pequeña foto. No sabía muy bien a donde dirigirse, pero había algo que la guiaba. A cada paso que daba sentía cada vez más cerca la presencia de aquellas personas que tanto había querido.
Ya estaba llegando al final del largo pasillo de lápidas y flores cuando giró a la izquierda y la vio, solitaria e imponente, la tumba que había estado buscando. Se acercó a ella y se arrodillo depositando el pequeño Lirio y la foto justo debajo de los nombres que habían grabados en su superficie.
Rozó la fría piedra con los dedos y en su boca se formaron las dos palabras que ahora le dolia pronunciar.
- Mamá … Papá … - ¿de verdad los habia perdido en un accidente de coche?
Justo cuando las lágrimas empezaban a asomar por sus azules ojos oyó un ruido a su espalda. Se levantó de un salto y se giró. Justo detrás de ella se encontraba un chico de pelos castaños, casi dorados. El chico no movió ni un solo músculo y tampoco parecía sorprendido de verla.
“Será el hijo de algún amigo de mis padres” pensó la chica.
- … Hola – se atrevió a decir al fin.
- Hola – contestó el chico que tenía una voz dulce como la miel.
- ¿Has venido a visitar esta tumba? Eso significa que conocías a… mis padres …
El chico asintió ligeramente.
- Sí, los conocía … no sabes cuanto … pero no he venido a verlos a ellos, he venido a verte a ti, Evangelin.
La chica se quedó congelada en el sitio. No conocía a ese chico, ¿cómo es que el sabía su nombre?
Al ver que la chica no decía nada el joven se acercó a ella, cogió su mano y depositó un pequeño objeto en ella.
- Esto es tuyo … guárdalo – dijo en un susurro.
Evangelin abrió la mano poco a poco y descubrió que se trataba de un anillo dorado con un pequeño rubí en el centro.
- ¿un anillo …? Pero … ¿quién eres? ¿por qué me das esto? – levantó la cabeza para mirar al chico pero descubrió que ya no se encontraba ahí. Miró desesperadamente a todas partes pero no había ni rastro del chico. De repente todo a su alrededor empezó a desaparecer y a volverse oscuro. Evangeline empezó a sentir un estraño dolor en la barriga y todo empezó a darle vueltas, y justo antes de desmallarse oyó un pequeño susurro, casi impersectible en su oido.
- “guardalo como un tesoro, mi pequeña Evie”
Acto seguido, Evangeline se encontrba en su cuarto, tendida en la cama y sudando. Su respiración era rápida y entrecortada.
- ¿un sueño? – se pregunto mientras intentaba recuperar el aliento. Miró su mano y ahí estaba, brillante y hermoso, el anillo en su dedo anular.